miércoles, 22 de enero de 2025

-"Ehhh, por que no invitan??!!"-

A través de la tela se traslucía el brillar del fogón encendido y las carcajadas embebidas en vino tinto interrumpían por momentos las zapadas y guitarreadas que celebraban el encuentro. Sui generis, La Renga, Pappo y otros grosos nuestros eran interpretados por voces alegres que poco importaba cuán bien entonaban y si arruinaban o mejoraban las mencionadas canciones. Hacía un rato éramos parte de todo eso. Cantamos, bebimos, comimos.

No sé en qué momento una mano en la rodilla llamó a otra por la espalda bajo mi remera.

No sé en qué momento y sin mirarnos comenzamos a acariciarnos con la respiración agitada encubierta. Recuerdo ponerme de pie, incrédulo, y arrojar un leño al fuego para ver sus chispas elevarse por el aire como luciérnagas volando.


Mi short comenzaba a inflarse y no quería quedar desubicado, pero, pararme para disimular con apenas una maya veraniega no sé si fue la mejor opción. Al volver, vi su cara y sus ojos enfocados en mí. En ese pedacito de short que evidenció su picardía. Y esa muestra de deseo confirmó mi erección al punto de tener que ponerme una prenda, no se cual ni si era mía, sobre las rodillas. No hubo un beso, no hubo una mirada a los ojos más que cuando nos pasábamos el vaso de coca cortado y devenido en copa comunitaria o algún cigarrillo ya no tan prohibido que nos hacían ver las chispas tan flasheras como nos hacían reír mas fuerte cada chiste soltado al aire por toda esa gente que no conocíamos pero que coincidíamos en espacio y tiempo.

Debajo de la prenda se coló su mano. Debajo de la mano y aprovechando la distracción me tomó sin miramientos. Creo que su dedo gordo, muy suavemente, o el índice, se movía en círculos por la punta de mi glande patinando en mi humedad imposible de contener. Creo que podía sentir una gota de placer emergiendo de mí y a ese dedo jugando en cámara lenta a: “a que no te resistís?”. El resto de su mano y dedos, quietos pero apretando, sostenían mi falo en éxtasis. No se movían, pero estaban ahí, donde mis ganas explotaban y mis pensamientos perdían la cordura.

Yo no era tan osado. Ligeramente más recatado acariciaba su espalda por debajo de la ropa. Subía hasta la nuca, y bajaba hasta donde sentía que la espalda dejaba de ser una para separarse en dos mitades deliciosas. De a ratos agarraba una mitad, de a ratos la otra, de a ratos volvía suave acariciando los vellos de su espalda y escuchándola suspirar.

Una damajuana llegó a su fin y en esa interrupción ella dijo:

-“permiso, voy al baño!”-

Dejándome solo anta la mirada borracha otros hombres y mujeres de entre 17 y 35 años que, sospecho, también estarían conociéndose.

Curiosamente los baños quedaban para el lado de mi carpa y mientras ella caminaba en ese sentido, cada cierta cantidad de pasos, miraba para atrás, con sus caderas bailando un malambo de calentura envuelta en esa corta pollera hippie que flameaba cual pabellón al viento. La dejé alejarse entre los árboles, la dejé perderse con la luna de fondo y el arroyo cordobés dándole chirlos a las rocas hasta que no pude más y decidí perder el juego. Sé que ella se estaría preguntando si perdería la oportunidad de conocerla aún más. Pero, no sirvo para las tácticas y estrategias amatorias. Soy transparente y me enloqueció desde el momento en que me senté a su lado sobre ese tronco que nos mantuvo alrededor del fuego no sé cuántas horas. La conexión fue instantánea. Lo demás fluyó como la lava fluye de un volvían en erupción sin que nada nos detenga.



Yo no salude, yo no dije voy al baño, yo prácticamente eyecté del tronco como si hubiera que salvar a alguien que se cayó al rio y no hubiera tiempo que perder.

Allí, apoyada en un banquito al lado del rio, estaba ella sola. Con su pelo morocho, ondulado y su suave piel esperando más caricias en esa noche de verano, la única, que nos esperaba ansiosa, romántica y excitada.

Me senté a su lado y escuché:

-“Por fin, pensé que no venías!”-

Dijo riendo con sus hoyuelos bien marcados y sus dientes relucientes.

Mi mano tomó su cuello y suave pero con seguridad la acerque a mi boca y nos besamos, nos tocamos, nos manoseamos ya sin testigos a la vera de ese rio cálido que nos acariciaba las patas inolvidablemente.

Media hora? 20minutos? Cuanto habremos estado ahí coleccionando ganas de hacer el amor? No lo sé, con todo lo anterior para mí fue como una pequeña eternidad que no quería interrumpir. Que celebramos y festejamos a nuestra manera con cada mordisco de labios, con cada olfateo de cabello o cada lengua recorriendo un cuello.

La tela de su remera era tan suave y fina, podía sentir sus pezones endurecerse con cada caricia mía. Podía sentirla estremecerse cada vez que acariciaba la parte interna de sus muslos, apenas rozando la humedad de su prenda interior pero sin tocar ni agarrar intenso. Solo haciendo desear, y deseando con fuerza.

En un momento y como una estrella fugaz que se aparece y desaparece en cuestión de segundos, estábamos dentro de mi carpa, sobre mi colchoncito, entre sabanas y un poco de desorden.

El cierre había ya cantado su canción desde el principio hasta el fin y, solos, nos amamos. Si, nos amamos. Fue una noche de amor intenso, los dos vivimos el encuentro de esa manera. Los dos llegamos con ganas de sexo pero al mismo tiempo los dos vibramos el amor.

Quite la tela que me separaba de su sexo, disfrute de cada centímetro que bajaba por sus piernas hasta desaparecer entre medias y toallas que habían quedado por allí olvidadas. Levante la pollera y pude contemplar, sin apuros, el esplendor de su vulva que empapada me llamaba. Antes del banquete, el preludio. Quite su remerita, disfrute sus pechos, lamí su abdomen, me entretuve entre sus pocos pero erizados vellos entre el pupo y el monte de venus, y comencé a lamer cuanto resquicio de su cuerpo encontrara. Separe sus labios con la lengua, pude sentir el vigor de su clítoris pero sin prisa me entretuve y la entretuve. Escuchaba sus gemires aun sin llegar a las zonas más sensibles. Creo que los dos explotábamos. Finalmente chupé, lamí, mordí, olí, jugué con mi nariz, de pronto un labio, luego el otro, envolví su clítoris con los míos, bajé hasta el periné… Un dedo acaricio su cola pero sin intención de entrar, solo sumando estímulos. Recién cuando pude sentirla al borde del orgasmo fue que intensifique todo. Sentí mi colchón empaparse, sentí mi mentón gotear placer y sentí mis cabellos tironeados y hasta un piñón al suelo con la espalda arqueada como una carpa dentro de la carpa.

La imagen que entrega una mujer cuando uno la mira desde ahí abajo, es una de las delicias más grande que me llevaré de esta vida cuando me toque abandonarla.

Subí, la bese, nos besamos. Le pase su sabor de boca a boca y rio fuerte con el corazón palpitando. Me metí entre sus piernas y comencé a frotar mi sexo contra el suyo, otro rato largo, sin entrar. Como quien quiere frotar la lámpara y el mago no sale… Bueno, así. Ame verla deseosa de sentirme dentro suyo, ame sentirme explotar de ganas de hacerlo. Pero también ame sentir que podía controlar ese deseo.

Afuera ya no se escuchaban tantas voces, pero adentro había un estadio entero cantando el hit del momento.

Así, yo arriba y ella abajo, yo entre sus piernas y ella frotando su vulva contra mi falo, tome su pelo, la mire fijo y sin resistencia alguna entre lentamente apenas una punta. Salí. La sentí respirar y cuando bajo la intensidad de la respiración, entre nuevamente ahora un poco más. El temblor de su cuerpo me dijo que veníamos bien y, volví a salir. La bese, me beso. Y con las bocas unidas volví a entrar ahora un poco más repitiendo la escena como 5 veces hasta que en la última entre por completo y de una y el grito traspasó las paredes de la carpa hasta escuchar una exclamación mayor proveniente del fogón:



-“ EHHH, PERO POR QUE NO INVITAN!!”-

Provocando en nosotros un orgasmo instantáneo mezcla de morbo y placer de sabernos en puro éxtasis y escuchados por el afuera.

Estuvimos así, jugando por horas hasta que el sol traspaso la tela y los pajaritos se mezclaban con nuestros sonidos de bocas tapadas, de ropa mordida, de sonido de caderas chapoteando y de agua, mucha agua entre dos cuerpos hasta que en algún momento incontenible ya no pude jugar más a estirar tal delicioso momento y explote dentro suyo mientras ella me sujetaba la cabeza derretida sobre su pecho y ambos tambaleando caímos rendidos en un hermoso e infinito alarido contenido de placer y amor.

Dormimos hasta que la carpa se transformó en un horno, otro. Nos derretimos de nuevo, pero de calor. Y salir de ahí fue tan necesario como imposible despegarse esa mañana.

Ella? De La Pampa. Yo? De Buenos Aires. Nos hablamos un tiempo en épocas de teléfonos fijos. Pero el tiempo pasó y quedamos en un hermoso e intenso recuerdo, de un porteño y una pampeana acalorados en Córdoba.




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