viernes, 17 de septiembre de 2021

La camilla no se mancha

 Nos conocimos en un carnaval, ambos murguerxs, ambos amamos bailar y el disfrute carnavalero. 

Ella morocha, petiza, piernas perfectas, cola tallada a mano. Terminamos la noche bebiendo Fernet y bailando exuberantemente unas salsas y unas cumbias deliciosas. Amo esos momentos de miradas a los ojos que no se desconectan. Bailando, una mano en la cintura, un giro, el apoyo pecho con pecho que deja las bocas casi pegadas y las sonrisas imborrables. 

Fuimos a su casa, a escondidas del resto, porque las bocas hablan de más y no era necesario explicar nada. 2 adultos que cuyos polos se atraen. Fin. 

Esa noche, pasó poco. El hijo de ella y la madre dando vueltas. ambos encerrados en un cuarto y apenas nos sacamos las partes de las ropas necesarias para sentirnos un rato. Esa noche sirvió para darnos cuenta que no solo eramos compatibles para bailar. 
Fue corto, pero intenso y, sobre todo, prometedor.

Un tiempo después, y luego de muchas conversaciones picarezcas, se tomó el tren y viajo más de 100 km para concretar algo de todo lo imaginado. 

El escenario,  ahora de local y sin mis hijas dando vueltas, fue completamente distinto. 
Compré unos vinos espumantes, ella trajo unos cigarrillos cannabicos, y en el ambiente había olor a Nag Champa, música inspiradora al romance y todos las velas que pude encender fueron la única luz que dejé encendida en el monoambiente en el que vivía solo. 
Ella, dispuesta a todo, llegó y exclamó: "- Ah bueno, ya está. de semejante recibimiento no me pienso escapar!!"-
Y nos reímos a carcajadas. 
La noche continuó llena de besos y abrazos y bailando cada vez con menos ropas a la luz de las velas. 
Cuando los corazones rebotaban exaltados entre pulmón y pulmón, me pidió darse una ducha. El viaje fue largo, el verano de Buenos Aires es húmedo molesto. 

Preparé la ducha, me quité la poca ropa que quedaba frente a ella y mi pene, al borde de la explosión con tanto estimulo, cual caña de pescar con presa en su anzuelo, se movía solo. La llamaba, la tentaba. 
Entramos a la ducha y comencé a enjabonarle el pecho, el cuello, las manos resbalaban sobre su abdomen y patinaron hasta sus piernas y muslos y muy atrevidos dos dedos separaron sus labios al compás de un intenso suspiro. Dejando que el agua limpie mis dedos de jabón, uno de esos dedos frotó suave su clítoris mientras le besaba el cuello. agarrandola del pelo de su nuca, la masturbe suave. Lento, pero sin parar. Cuando ella podía intentaba agarrarme de cualquier lado. Pero fue mi miembro el principal protagonista de en esa busqueda de empatar la situación.
No la dejé. Así, parados, la doy vuelta y apoyo sus manos contra los azulejos del baño para lamer su espalda desde el cuello hasta esa cola tatuada que jamàs olvidare. Pecho, manos, antebrazos, mejillas, pomulos reposados contra la pared fué la escena que vió ese cuerto de baño mientras yo, arrodillado atras de ella, separaba sus gluteos con ambas manos y me dedique a saborear, a dilatar, a degustar, a introducirme junto al agua caliente dentro de su cola lo mas que pude. sabiendo que una lengua es algo suave y resbaloso, nunca me detuve. 

Ninguno de los dos podía mas, pero el tiempo sobraba. Cerramos la canilla, nos secamos un poco, así nomas. Apagamos la luz y volvimos al cuarto.
Cama? Noooo!! "Vení", le dije. "Acostate en la camila"-.
Con las manos llenas de aceite de masajes olor a limón y canela, comienzo a embadurnarla íntegramente. Manos, pies, dedos, pantorrillas, la parte interna de sus piernas, empapo aun mas su vulva de lo que ya estaba, su ano dilatado por todo lo acontecido supo recibir un poco de mis dedos sin oponer resistencia. 
Como si no pudiese resistirse a sus ganas, mientras mis manos calientes masajeaban su espalda, ella introdujo mi pene en su boca y lo amó tanto, pero tanto que yo sentía como me derretía dentro de sus fauces hirvientes de deseo. En cada succión, una pierna mía se me aflojaba. Intentaba continuar masajeandola pero cada vez era mas intenso el placer y más dificil continuar. 
Para evitar que tanta intensidad corte el momento con una eyaculación que bien podría ocurrir mas tarde, me corro de la escena y la invito a jugar.
De un maletín que tenía oculto y con clave, extraigo un juguete. Sí, un dildo tamaño promedio, algo más grande que mi pene para que haya variedad. Ambos lo chupamos, ambos jugamos con él mientras nos frotamos los sexos aceitosos y patinosos. ella sentada en la camilla, con las piernas abiertas y yo parado en el piso frente a ella. Sus piernas abrazaban mi cola desnuda y sus manos se aferraban a mi como un Koala abraza su árbol, su lugar. 
Entre lenguas, aceites, dedos, apoyadas, su cola y su vagina eran un hervidero empapado de deseo. De a poco, con el glande en ebullición apoyado en el agujerito semi abierto de su cola, comienzo a penetrar suave su vulva con el juguete. Lento, ya que no es lo mismo que un pene de verdad, pero con presencia. de a ratos, un poco mas de aceite derramo sobre su cola y su vulva y tanto el juguete adelante como mi pene por atras entran y salen y entran y salen al ritmo de sus gemidos. La camilla rebotaba contra la pared. Mi cara de degenerado, según ella, era directamente proporcional la intensidad de sus orgasmos. mas me apretaba la pij... más apretaba el juguete, más se mojaba y más me clavaba las uñas en donde podía aferrarse a mí, más me calentaba verla. 
Fue un rato largo de jugar con todo su cuerpo, sus sentidos, sus ganas. Fue un rato largo también, luego, el que al quitar el juguete de su cola y cambiar el preservativo, nos quedamos abrazados uno dentro del otro. Ya sin juegos, ya sin aditivos ni nada más que nosotros dos. Como únicos elementos conductores de nuestras energías, el aceite, la transpiración y la saliva que supimos desparramar sobre nuestras pieles en diversos momentos. Ya de nada sirve contarles mi orgasmo. que bien podrán imaginar su intensidad. Tampoco sirve contar de los suyos. Ya que acabar, es solo el fin de este terrible viaje. lleno de amor, aventuras y distintos episodios. 
Solo queda contar que tras mirarnos aún temblando de placer, predimos su cigarro, charlamos un rato, y en algún momento, nos quedamos dormidos, desnudos, los dos. De cuerpo y alma. 



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