Madrugada acaramelada en un bello balneario de Pehuén
Co. Habíamos pasado la noche viendo las estrellas mezclarse con las luces y
destellos del balcón de un parador devenido en escenario con consola para un DJ
que nos puso el amanecer en la nuca casi sin darnos cuenta. A nuestro alrededor
cientos, miles de personas moviendo y contorneado su cuerpo al sonido de psicodélicos
ritmos que penetraban en nuestro interior y nos recorría cómo corriente
eléctrica. Imparable.
Mujeres, varones y más, cuando menos, de toda edad y tipos de cuerpos se movían
y seducían a su alrededor, ebrios de ganas de festejar. Bikinis diminutos,
cuerpos bronceados, camisas desabrochadas y torsos desnudos nos rodeaban y
miraban. Como nosotros a ell@s.
Nos gustaban tod@s y nadie al mismo tiempo. Se nos iban los ojos y nos apretábamos
cuerpo a cuerpo llenos de deseo.
La noche ya era día, el sol comenzaba a calentar nuestros cuerpos aún más al,
por fin, aparecer en el horizonte combinando colores de ensueño sobre las olas
del mar.
Aún sonaba la música cuando de tanto tocarnos, rozarnos, mirar y mirarnos
decidimos agarrar nuestras cosas y encarar esos 40 KM que nos separaban del depto.
familiar en el que parábamos y, lleno de niñes, imposibilitaba culminar nuestra
noche con broche de oro.
Recuerdo, ¿vos? Pollera corta de jean y remerita al cuerpo.
Yo? Bermuda suelta y musculosa.
En cuestión de instantes, y como si lo hubiéramos planeado, el sol se escondió
tras nubes y relámpagos y comenzó a gotear.
Ay ay ay
-"Vení para acá, amor, quiero ya un beso rico de tus labios"-.
Dije, con mi cara diabólica al mejor estilo Dibu Martínez a punto de atajarte
un penal.
Nos trenzamos y abrazamos y mientras nuestras bocas se hacían el amor
escuchamos las primeras gotas gruesas golpetear contra el parabrisas. El motor
encendido y el calor interno empaño los vidrios al tiempo que nuestras manos,
ya no sé cuáles, se escurrían curiosas por debajo de nuestras ropas.
La gente pasaba a nuestro alrededor corriendo, cubriéndose con algún buzo o
campera la cabeza de las, pocas, pero gruesas, gotas de lluvia que caían hasta
que un trueno tropical nos puso de aviso que no iba a ser una simple lluvia.
Puse primera y, aún con el pecho agitado y nuestros sexos clamando amor,
comencé a manejar esos 40 benditos KM que nos alejaban de una cama.
Como podíamos nos besábamos, intentando no pisar a nadie. Cómo podíamos
zigzagueamos entre la gente que escapaba de la romántica tormenta.
En ese torbellino de emociones su remera había
terminado en el piso y un pezón al aire le regalaba a mi mano derecha momentos
de puro placer y a los y las curiosas, pues les compartimos un poco de
calentura visual.
Ellas se reían a boca tapada y pícara, casi envidiosas. Pero no dejaban de
mirar. Ellos, un poco más adolescentes en cuanto a su reacción, se reían casi
tontamente.
-"Basta, tengo que manejar"-
Dije como si quisiera hacerlo.
Simulando ponerme serio hice esos últimos metros rodeados de zombis mirones con
las dos manos en el volante y mi miembro estrujado por tus ganas llenas de
dedos y líbido.
Fue de ensueño sentirte así, sentado, casi sin poder hacer más nada que manejar
esa ruta lluviosa con el corazón latiendo a mil y tus manos masturbándome ya
sin tela de por medio.
-"40 KM así no aguanto, amor"-
Exclamé casi como pidiendo piedad.
-"No aguantes, quiero verte acabar-".
Sonó desde mi lado con esa voz jadeante y sensual.
Fue ahí mismo que esa escena que nunca había vivido comenzó a hacerse realidad.
Te cruzaste por debajo de mi brazo derecho y sin miramientos comenzaste a
devorar desde mi glande hasta donde la posición dejaba expuesto el tronco de mi
sexo.
Pasaban camiones, colectivos, autos y tú cabeza subía y bajaba a no menos de
80km por hora. Más y chocaba, menos y nos embestían de atrás.
Derretido ante tus ganas habré manejado así como 10 minutos. El repiqueteo de
la lluvia sobre la chapa del auto y el vaivén del limpiaparabrisas decoraban la
escena junto a alguna leve música que salía del estéreo y a la que nunca le
prestamos atención.
-"esperaaa"-. Interrumpí agitado.
-"Quiero regalarte mis orgasmos cómodos en la casa”. -
Dije, o pensé.
No hizo falta explicar esa interrupción.
Volviste a tu asiento en posición habitual, y te limpiaste restos de baba y más en la comisura de tus labios mirándome fijo a los ojos
-" Está bien"-. Dijiste. Como asintiendo la idea.
Pero una mano tuya continuaba el trabajo como no pudiendo contenerse.
No había caso. No me soltabas y, la verdad, tampoco
quería que me sueltes. A esa altura estaba entregado a ese sin fin de caricias
libidinosas de tus manos atorrantas.
Creo que el hecho de verme imposibilitado de
moverme mucho, nos excitaba aún más. no podía soltar el volante ni distraer mi
mirada del camino. no podía recostarme y relajar, y vos te divertías con esta
situación.
Un descanso de tus manos y tu boca me dio tiempo
de, a velocidad crucero, tocarte por debajo de tu pollera y vengarme, como
podía, de tanta estimulación acaecida. Separaste tus piernas y corriendo tu
bombacha me dejaste sentir el empapado rostro de tus ganas.
Era mi turno. recostaste el asiento subiste tu
pollera hasta casi tu cintura. Roce, sentí, toque y masturbe tu clítoris
patinoso mientras conduje esos últimos km. Una sola mano, una sola marcha, la
quinta, un viaje ya casi sin obstáculos, me permitieron introducir levemente y
sin forzar, un dedo en tu vulva que pedía a gritos algo más, pero que supo
disfrutar esos instantes hasta explotar en un grito retorcido de placer. No
hice mucho, no fue tanto mi parte, estabas tan caliente que esa falange y
media, impedida por la posición de ser más que falange y media, alcanzaron para
derramar tus orgasmos en mí. Que, aún, aguantaba mis ganas de llegar a la casa
y asirte fuerte entre mis brazos y hacer el amor hasta reventar. Pero, con
tanta familia suelta y ya de día, eso no iba a ocurrir. Pero, acumulamos ganas,
deseo y, claro, en algún otro momento nos matamos de amor en posición
horizontal con más tiempo y privacidad. Pero, eso ya es parte de otra historia.
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