LA FUENTE SAGRADA
Susurros in crescendo de guarangadas deseadas rompían el
silencio de una noche primaveral.
El relumbre de la luna entrando por la ventana y el fulgor
producido acaso por algún viejo farol de esa angosta callecita de San Telmo,
reflejaban sobre tu cuerpo una especie de halo misterioso formando sombras y
colores curvilíneos maravillosos.
Sentada sobre mis piernas te frotabas contra mí, suave, pero
tenazmente, abrazando mi espalda con una mueca constante de calentura en tu
rostro.
De tus gemidos brotaban incesantes sonrisas e incontables
sonidos de placer.
Mi excitación aumentaba con la sola brisa de tu respiración
en mi oído.
Sentía mi corazón aumentando su ritmo a pasos agigantados.
Mi bóxer exprimiéndose contra la carne.
Estallando, explotando, reventando. Hirviendo por el roce,
ardiendo por dentro y por fuera.
Tomaste mis manos y me empujaste contra el colchón que
tirado en el piso se relamía y nos envidiaba.
Tu ropa interior desapareció como huyen los animales ante un
posible sismo, un huracán o una tormenta.
Tomaste las riendas de la noche y comenzaste a galopar
raudamente hacia esa luna testigo de la fornicación venidera.
Tu vulva, que ardía en aguas, dejo de restregarse sobre mi
bóxer para correrse aceleradamente hacia mi boca. Me obligo a besarla, a
lamerla, a saborearla. Me obligó con todo gusto, pero me obligó.
Tus movimientos pélvicos buscaban sobre mi cara el punto más
áspero de mi lengua o un vértice suave de mis labios, con mi pera y la punta de
mi nariz como topes a tu lujuria. Por momentos tu clítoris abusó de mi trompa, ahogándome,
asfixiándome. De a ratos se me escurría entre los dientes y yo solo atinaba a
apretarlo apenitas. Como degustando, como mordisqueando sin hacerlo.
Simplemente lamí y lamí y seguí lamiendo a las órdenes
explicitas de tus vaivenes púbicos.
Lamí, relamí, caté, succioné, embebí mi boca en tu ungüento
divino que de repente multiplicabase por doquier humedeciendo todo a su paso.
La noche aumentaba en intensidad y mi miembro explotaba de
éxtasis aun sin haber sido el protagonista de la noche.
Tu cuerpo arqueado y extremadamente agitado, se tomó un
respiro y cayendo hacia atrás aprovechaste ese envión para simplemente
apoderarte ahora de mi sexo turgente. Tu candente vagina se apoderó de mi
glande y te dejaste caer sobre mi falo unificando el griterío y los gemidos que
ahora eran mutuos. De cero a cien sin mediar precaución alguna.
La luz reflejada en un espejo ovalado y vintage con marco de
madera tallado a mano, relampagueaba aturdida por la vehemencia de los hechos
que sacudían histéricamente las sábanas.
Tus caderas se estampaban violentamente contra las mías y tu
clítoris no cesaba de apretarse contra mi pubis. Por unos instantes subías y
bajabas permitiéndome ver cual cine triple xxx como mi pija brillaba de humedad
y entraba y salía de tu sexo y al rato meneabas como perreo de un reggaetón
iracundo llevando tu cola hacia atrás y hacia adelante con mi miembro
completamente escondido en las profundidades de tu coño fervoroso.
Mi miembro crecía y endurecía con cada sacudida, haciéndole
conocer sus límites de firmeza y éxtasis. Tus manos, amenazantes, parecían
querer golpearme, cuando no lo hacían. Alguna cachetada, algún puño cerrado
golpeando mi pecho como quien golpea la madera de una puerta sin timbre. Los
orgasmos se te caían como se caen las hojas de los árboles en otoño. Lo podía
sentir, apretando, estrujando con tus paredes vaginales a mí ya exprimido pene.
Aunque nunca con dolor.
Y tú cara...
¡¡¡Ay esa cara!!! Cara depravada, degenerada y verborragica
que reflejaba el intento de control para no pegarme más de la cuenta. Porque no
era la idea. Sólo eran impulsos mezcla de ganas de parar y de seguir al mismo
tiempo. Como reprimiendo ese sentimiento mezcla de amor, pasión, violencia e
incredulidad.
¿Podía estar pasando todo esto?
La sábana estrujada se escurría entre mis dedos y tus uñas se hundían en mi pecho como las garras de un cachorro cuando amasan la mama de su madre al darles la teta. La vista perdida, el pelo estallado que caía enredado sobre tu semblante y flameaba como llamas de fuego que sacude el viento.
Y...
En medio de todo esto...
Un estruendo increíble brotó de tus labios como un grito de
guerra. Aturdía, estremecía verte temblar y contagiarme ese temblor fue
cuestión de un solo apretón vaginal.
Mis piernas comenzaron a derretirse mezcladas en mieles,
calientes, liquidas, derramadas.
Empapando todo a su paso, un chorro de tu néctar expulsado
violentamente salió de tu sexo como nunca antes había visto jamás. Mi abdomen,
mi pecho, hasta el huequito que se forma entre la nuez de adán y el esternón
rebalsaban de tu jugo. Mi cola nadaba entre las sábanas, casi que flotaba. La
cama, totalmente incontinente a esa altura, se convirtió en un océano en cuestión
de alaridos y segundos.
Mi cuerpo, derretido entre traspiración mía y tuya, tu flujo
desbordante y ese chorro imparable; se hundía en el colchón como fundiéndose,
deshaciéndose en orgasmos casi espeluznantes.
Gritos, gritos, gritos.
Aullidos y gemidos mutuos fueron los protagonistas de los
restantes minutos, segundo. ¿Horas? Imposible saberlo. El tiempo nunca fue tan
inexistente como en ese entonces.
Respiraciones profundas y unos últimos instantes en el que
tu vibrante sexo hizo explotar al mío dentro tuyo fueron el resultante de que
tu cuerpo caiga rendido sobre el mío. Mezclándonos juntos entre tanto líquido.
Volviéndonos una acuarela indeleble de puro placer y flojera muscular.
No hubo movimientos. Simplemente te desplomaste y me
abrazaste. y te quedaste apoyada en mi pecho suplicando un rato de esa paz. de
ese silencio.
Agotados, deshechos, nos quedamos así. Vos arriba mío, yo adentro tuyo, vos sobre mí, yo debajo tuyo. Sumergidos en un mar de pasión imposible de secarse jamás.
lindo, delicioso!
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