miércoles, 31 de enero de 2024

¿PUEDO JUGAR?

120 km la separaban de mi casa en Coglhan. 

120 Km hizo en tren desde el oeste de Buenos Aires para verme. No podía ni quería decirle que no a alguien que había conocido tras bailar murga en su ciudad y haber pasado una bella noche medio ebrios en su casa y a escondidas del qué dirán del famoso pueblo chico, infierno grande.

Su madre, sus hijos, amigos, todos cerca pudiendo enterarse de todo hizo que lo que ocurriera allí fuese más corto de lo que hubiésemos querido y eso fue creando el ambiente para el futuro re encuentro.

Seguimos charlando vía celular, mandándonos audios prometiendo cosas imposibles de pensar que realmente iban a ocurrir. Ya que, normalmente, estas cosas suelen quedar en la nada misma de una nebulosa llena de ganas pero con poco de realidad.

Jamás pensé que, semejante mujer, iba a tomarse la molestia de venir a verme hasta CABA desde tan lejos. Y menos si contamos que no tenía transporte alguno más que el público. 

Pero un día cumplió todas sus amenazas y se vino a quedarse dos noches en casa.

La busque en mi moto al salir de mi trabajo en la estación Once de Plaza Miserere y partimos campantes para mi mono ambiente de la calle Blanco Encalada. 

Sus jóvenes 24 años relucían ante mis 34 o 35. No era tanta la diferencia, pero se sentía. Muy aniñada, de pelo largo por la cintura, la pancita de una madre de dos que apenas indicaba tal situación, una cola perfecta y unos labios híper carnosos me alucinaban. No suelo fijarme mucho en lo físico, pero hay que recalcar que ella estaba muy bien y se notaba que se cuidaba. Ojo, yo tampoco me quedaba atrás eh. Daba clases en un gimnasio, era profesor de Pilates, tenía lo mío para sentir seguridad ante tanta juvenil belleza.


Los dos sabíamos que lo que ocurriera esas noches difícilmente se volvería a repetir. Por las distancias, Pero sobre todo porque ambos estábamos disfrutando de nuestra soltería y las cosas estaban tan claras que era imposible confundirse en nada.

Llegamos, charlamos, destapamos un par de birras, vimos un poco la tele con un poco de sexo previo pero muy tranqui, hasta que, ya más entrada la noche, la invité a jugar un poco más. 


Yo tenía un viejo maletín mío con algunos juguetes, un par de dildos, un arnés, algunas cositas que vibraban, esposas y demás. Nada gran cosa excepto el que termino siendo el invitado de lujo de la noche. 
Pero esperen un poquito más. Que ya llegará el momento de contarles eso. 
Abrí la ducha, la entibie a la temperatura justa y con mis demonios ya sueltos en mi mente la invite a desnudarse y bañarnos juntos. 
La amé, amé que me siguiera en todo, que se deje llevar ante este morocho de mente curiosa y poco tradicional. Otra, quizás y mas a su edad, sale corriendo asustada/espantada. Que se yó.
O al menos muchas veces temía yo sufrir ese prejuicio si me dejaba llevar. Pero con ella no.

Así fue que el momento de la ducha fue digno del recuerdo eterno. Se vienen a  mi mente esas manos suyas estampadas contra la pared sacando cola y a mi disfrutando de sus curvas enjabonadas desde el cuello hasta los pies. Recorrí, masajee, toque con lujuria y amasé a mi antojo todo lo que ella me permitió. O sea todo. De atrás para adelante y de adelante para atrás pude sentir cada detalle de su cuerpo hasta que el jabón se había extinguido por completo y solo quedaba su piel perfumada reluciendo bajo el agua y el vapor. 
Me arrodillé, con mis manos separe esos glúteos duros y comencé a lamer y chupar y saborear ese manjar como pocas veces me habían dejado hacer. Literalmente paseé mi boca por ese agujerito sintiendo como lentamente y al ritmo de sus gemidos se dilataba cada vez más. Fue tal el momento de calentura mutua que costó salir de la ducha. La di vuelta y comencé a saborear allí adelante, también, hasta sentir que sus piernas se aflojaban apoyándose en mi cabeza empapada. Y no precisamente de agua de la canilla.
Agarre la toalla, la seque (si, así, la seque yo) y fuimos a la habitación nuevamente. 
La respiración agitada y las miradas lascivas iban y venían en un silencio que sólo se interrumpió cuando, maletín en mano, le pregunté:


-“¿Puedo jugar? ¿Me dejas?”-


A lo que me contestó entre risas temblequeantes 


-“Obvio, yo estoy entregada, no me ves? Yo quiero todo!”-


Quehijade...Qué manera de hacerme derretir! Si algo le faltaba a la perfección de la noche era que esa mujer tan poderosa en sus claras palabras y gestos también me de la libertad de jugar con ella como ella lo estaba haciendo conmigo. 

Abrí el maletín y, mientras ella realizaba en mí una felación descomunal, saqué el dildo más grandecito que tenía, símil piel, color piel (blanca), y de una textura… hasta podías pellizcarlo como a una de verdad. 

El tiempo pasó con su mirada instalada en la mía mientras me deslumbraba con los malabares de su boca majestuosa hasta que, casi al borde de la explosión, la interrumpo y le digo:


-“Esperáaaa, jajá, no íbamos a jugar? Así me desmayo antes!”-


-“Yo ya estoy jugando hace rato”- Me dijo riendo. Y se paró como cediendo el turno.


Tomé mi aceite para masajes y la invité a acostarse sobre la camilla. Pero no como siempre, no a lo largo, sino que le pedí que se pusiera como en un especie de posición fetal, de costado, perpendicular a la camilla. 

La misma estaba apoyada contra la pared, así que le alcance una almohada para que no esté incomoda y la embadurne toda. Su piel comenzó a brillar ante el color azul de una tv encendida pero sin imagen, Como cuando no le llega info, viste?  

Me deleité de lo visual mientras la acariciaba y masajeaba y danzaba con mis manos haciéndole el amor sin apuro. Recuerdo su cola expuesta con sus rodillas casi pegadas al pecho. Mi sexo, a esta altura duro como piedra de masajes, rozaba contra su vulva hecha aguas y cada tanto jugaba con ese roce contra su clítoris. Nunca penetrando, siempre jugando con el roce. No sé cuánto tiempo estuve así, pero se me hizo tan eterno como hermoso. Sus manos me agarraban, de a ratos me masturbaba como podía, mientras las mías seguían acariciándola y haciéndola desear. Porque todo era un extenso y delicioso amague que, todavía, no se transformaba en realidad. 



En ese momento le acerque el juguete a su boca y mientas yo seguía comenzó a deglutirlo entero. Me miraba y chupaba

Me calentaba todo lo que hacía y lo que dejaba de hacer también. Y sé que ella estaba que explotaba, lo podía sentir en su respiración, en su humedad, en el latir de sus labios vaginales cada vez que con alguna parte de mi cuerpo la tocaba o la rozaba. 

Así, paulatinamente, fuimos yendo ambos de menor a mayor hasta que casi sin querer mi pene entró todo, muy despacio, en ella. 

Éxtasis total. Su gemido y mi cuerpo cayendo sobre ella besándola al son de nuestras vibraciones fueron un manjar en esa noche del fin de la primavera, principios del verano, imposibles de olvidar. 

La camilla golpeaba contra la pared, mis caderas golpeaban contra su cola, nuestros labios se chupaban, se lamian, se mordían, se comían. 


-“Ahhhhh”- Gritó ella en medio de un orgasmo que casi me hace acabar a mí también y, de hecho,tuve que salir para evitarlo con mis rodillas aplaudiendo. 

En ese momento y, tomandome un respiro, cambié el preservativo, lubriqué el juguete con un gel especial y con su aprobación gestual comencé a penetrarla con mi sexo, pero ahora en su hermosa manzana dulce mientras con el juguete estimulé su vulva hasta entrar en ambos lugares al mismo tiempo en una danza sexual que duró mucho más de lo que pensaba. Una sinfonía de gritos mutuos llegaba desde mi segundo piso hasta la planta baja, como mínimo. Otra vez sin noción del tiempo jugamos a cojernos y hacernos el amor tanto que, casi amaneciendo, estallamos en un orgasmo simultáneo de esos que cuesta encontrar a lo largo de nuestras vidas. Tan juntos, tan precisos. Su vibración me hizo explotar a mí, y la mía a ella con una sincronicidad que si la buscas, no sale.


Rendidos, no hay otra palabra para explicar como quedamos.

Terminamos rendidos, fumando un cigarrillo de marihuana que nos demolió hasta el otro día en el que ya quedó sólo reír y recordar con picardía todo lo acontecido en esa única y maravillosa vez que, seguro, atesoraremos en algún bello cajoncito de los recuerdos. 

El de los de la vez que nos permitimos jugar.

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