miércoles, 3 de diciembre de 2008

La mejor de las comidas!!



Calma. El paisaje que se observaba por la ventana apenas se alteraba por las hojas de los árboles que, con delicadeza, la brisa de un anochecer de otoño acariciaba.



Saliste sonriendo del baño. De fondo, el sonido del mar golpeando contra las rocas. Sus olas, allá a lo lejos, presagiaban una noche deliciosa.

Lo tenía todo planeado, y todo ayudó. Afuera hacía frío, las hojas caían sobre el techo de la casa, el viento crujía en la ventana y un frío de esos que invitan a inventar cosas iluminó mi mente romántica y perversa a la vez.



El hogar estaba encendido y las llamas adornaban lumínicamente la habitación. La silueta de las cosas, incluso la tuya, iban y venían y se desfiguraban al son candente del fuego. El juego de las sombras que proponían todos los objetos que se interponían entra la pared y el fuego, era un lisérgico placer. Mi modesta intención alcanzo para comprar una botella de champagne, que tenía bien escondido entre fantasías de seda.

Así, con la toalla pegada al cuerpo, las gotitas de agua que rodaban por su espalda y su pelo mojado y con el dulce aroma a naranjas del shampoo, tapé sus ojos con mis manos y la acompañé hasta enfrente de la única luz que alumbraba las bellas penumbras del lugar. La senté sobre la alfombra, destapé sus ojos y comencé con el ritual.



Delante suyo habían 2 copas, un plato con cerezas, un pocillo con frutillas, un especie de centro de mesa con pétalos de rosas y jazmines. También, a un costado, estaban en una pequeña vasija, los hielos para enfriar la bebida. Desde las llamas, también a su lado, brotaba el aroma a bambú de unas esencias que me robé del Spa donde trabajaba. Esa mezcla de olores y sabores fueron dando comienzo a una de esas noches que no se iban a olvidar nunca más.



Jugamos un poco a darnos las frutas de comer en la boca, era divertido, excitante. El jugo de una frutilla se derretía entre nuestros labios, la mordíamos al mismo tiempo, nuestras bocas se empapaban en su sabor y convertía nuestros ya exquisitos besos en delicias extremas. Las gotas de agua comenzaban a transformarse en transpiración.

Mi traje, elegido especialmente para la ocasión, cada vez se aflojaba más por el movimiento, por sus manos que lo querían todo ya.

Entraron en escena las cerezas, que ni lentas ni perezosas se posaron entre sus dientes. Lentamente se hundían en ellas como cuchillo caliente en mantequilla y sus labios rodeaban su circunferencia como si fuese otra cosa. Como provocando. Dejando afuero solo el cabo de la misma que oficiaba de botón que encendía el pecado venidero.

El juego había comenzado y ella lo entendió perfectamente. Me miraba a los ojos mientras mordía suavemente la fruta y me volvía loco.

Mi pantalón se agrandaba visiblemente y eso era un motivo más para seguir. Para decirle al oído que esa noche yo la elegía, como todas las demás. Que yo la elegía a ella. Y todo mi ser era sería suyo. Todo lo que hiciera era para ella. Todo lo que quería era para ella.

De un cesto pequeño de mimbre y con una tapa muy particular, por lo elaborada, pude sacar la bebida espumosa y fría y darle al hielo un motivo más para estar presente junto a nosotros.



El tiempo pasaba. Hablando, jugando, calentándonos y frotándonos, pasaron horas de una intimidad y un sentimiento único. Indescriptible. Los susurros al oído fueron una constante, los mordiscos suaves a sus labios y jugar a que no me pudiera besar, amagarle al acercarme y cuando la rozaba alejarme, creaban unas miradas pícaras y calientes como nunca.



El champagne, listo, en su punto justo, nos llamaba. No había más cerezas y la frutilla que quedaba era ella. Había que terminar el postre después de tanta delicia y eso estaba por suceder.



Lentamente puse mi mano en su pecho, la recosté junto al fuego y con pequeños besos fui abriendo la toalla que parecía querer soltarse sola. Como la cinta que inaugura algo, la toalla lentamente fue abriendo el telón del mejor acto de la noche.

Asomó primero su pecho, palpitante, que ya se mostraba a mis labios, que lo recorrían, que iban por el buen camino.

Sus pechos, mmm pequeños pero firmes y deliciosos, indicaron entre ellos el camino hacia abajo, si, hasta el ombligo, hasta su abdomen, que a medida que iba lamiendo se contorsionaba ya de placer. Sin que se diese cuenta volqué el centro de mesa sobre tal delicia y la suavidad de la piel le dio la bienvenida vibrante a la lluvia de las flores. La corbata ya estaba en el respaldo de alguna silla y mi camisa se arrugó en bajo la mesa.



De repente el champagne, de a gotas frías, comenzó a caer sobre los vellos de su abdomen y la piel le dio curso al éxtasis. Una gota por acá, un chorrito por allá. Cada diminuta partícula de líquido que rodaba por su piel terminaba en mis labios, en mi lengua, en mí.

Estaba bebiendo de la mejor copa que se podía haber creado en la historia. Y era toda mía. El contraste de temperaturas inevitablemente provoca movimientos, estremecimientos. Pero ahora también provocaba muchas otras sensaciones. En los dos.

El capricho de su cuerpo llevo las burbujas hasta su entrepierna, recorrieron su ingle y se alojaron entre la pierna y su cola, apoyada en el tapiz del suelo. Esto me dio de la mejor bebida durante el rato más hermoso. Bebí de donde caía el líquido, de donde no caía. Me empape de toda la humedad que pudiera haber en ella. Verla, mirarla, observarla, admirarla, era lo único que podía hacer mientras bebía y bebía de tal néctar. Mi lengua se hundía y se hundía en el placer y no paraba de saborear. Con tal panorama, a medida que goteaba y rodaba el champagne por su vagina, soplaba suavemente su clítoris, y lo volvía a lamer, y lo volvía a soplar. Y cuando menos me lo imaginaba ella estaba estallando de placer, regalándome el gesto de entrega más puro que jamás le había visto. Sus manos se volvieron garras y mi pelo, estrujado entre ellas, me empujaba a seguir y seguir. De repente, los pétalos cayeron todos sobre mi boca, se incorporó como pudo y me arrancó la poca ropa que quedaba.

Sin pensarlo, se adueñó de mí, y entre la alfombra de pétalos, se sentó sobre mi miembro sin mediar palabras, que a esa altura estaba más duro que nunca y latía más que mi corazón! Lo agarro con la mano y lo metió suavemente, aunque no tanto.

Muy lentamente tuve la imagen de ensueño que soñaba ver. Toda ella era para mí y todo yo era para ella. Sus pechos firmes subían y bajaban al mismo tiempo que mis manos los rodeaban y tomaban. Empapada de placer y pegajosa por la previa, mi pija brillaba a la luz del fuego y veía como entraba y salía al compás de nuestros gemidos, que fueron desde muy temprano invadiendo la escena. Pasé de dominador a dominado en un suspiro lujurioso.

La imagen de placer era inigualable, su vulva latía incesante sobre mi pija que explotaba. Su transpiración comenzó a caer ahora sobre mí. Nuestros sexos exudaban calentura, nos empapábamos del placer más extremos hasta que cuando quisimos darnos cuenta, sus manos en mi pecho, ya no eran apoyo sino uñas que luego olvidaría clavadas en mí. Sujete su cola con fuerza y ayudándola a moverse y moviéndome como podía con ella encima de arriba hacia abajo, a su ritmo, explotamos juntos en un abrazo eterno y fuertísimo, que juntó nuestros corazones, nuestras almas, las pegó. Las unió, las convirtió en una sola! Su abdomen se retorció y mi pija la lleno de mí hasta que no entraba más nada dentro de ella. Fuimos, por esa vez, uno solo. No cabía aire entre nuestros pechos, no había espacio entre nuestros sexos, sus piernas abrazaban mi espalda y las mías eran su apoyo.



Nos miramos a los ojos un largo rato sin decirnos nada, simplemente respirando el aire que exhalaba el otro. El fuego, que hasta hacia un rato era un testigo de lujo, ahora parecía salir de nosotros y aplacarlo. Ya, envidioso a esa altura, parecía estar decidido a abandonarnos y hacerse brasas solamente.



Nos quedamos así, nos abrazamos durante la eternidad más corta. Nos amamos durante el instante más largo. Simplemente el reloj ya no funcionaba para nosotros. Sabíamos que era sólo el comienzo, sabíamos que eso, no quedaba así. Sabíamos que esa noche era nuestra y nosotros...



De esa noche!

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