La noche cayó y el calor es agobiante. Por la ventana del
patio no entra una mínima gota de aire y el ventilador parece una estufa.
Agotados, ella llegó del trabajo y él también hizo lo propio.
Cortando cuadraditos de carne y pelando papas transcurren entre pegotes de
verano y una cervecita helada los minutos de estos dos progenitores de 4
hermosas nenas que no ven la hora de tirarse rendidos a descansar y mirar un
poco de tv hasta que los parpados pesen tanto que sin darse cuenta, cuando se
cierren, solo se abrirán con el rayito del sol entrando por la ventana.
Pero esa noche, como algunas noches (no tantas como
quisieran) desde que nació la última de sus hijas, alguno de ellos, esquivando
a la pequeña, estira su brazo para acariciar con amor al otro/a. En el medio,
inamovible, está ella. La inocente luz de sus vidas estirada entre ambos
palitos formando una H mayúscula sobre la cama que evita cualquier tipo de
contacto extremo.
Las manos se encienden y queman más que el calor del verano,
se cuelan por debajo de la poca ropa que sólo esta para evitar la desnudez en
su presencia.
Él acaricia sus pechos, sus labios, su pelo, ella su bajo
vientre y enseguida, ante la tenue luz de alguna escena de GAME OF THRONES
comienza a manosear su se×o que en cuestión de minutos y pese al malestar por
el sudor, comienza a sentir ese deseo infernal de que este manoseo mutuo no
termine como tantas veces donde la baby se despierta y los interrumpe.
Ella, sin pensarlo, acciona. Toma el acolchado, lo arroja al
suelo y se recuesta como invitándolo. Él ama su intrepidez y decisión y la
sigue. NO hay mucho tiempo, pero tampoco ganas de apresurarse. El bóxer cuelga
del ventilador, la diminuta tanga transparente se pierde entre las sabanas y,
el corpiño, que se yo.
Se besan, se chupan, se huelen, se aman apasionadamente
tirados en el piso. Él tapa su boca, ella frunce el ceño, él penetra fuerte,
ella grita aunque no se oye. 30, 40 minutos, 1 hora o más sin darse cuenta del
tiempo hacen el amor con la tela pegada a la espalda y las rodillas doloridas
contra el piso.
Cada tanto alzan la vista por sobre el colchón, pispean a la
bella durmiente que pese a las altas temperaturas, esta vez, los deja amarse.
Como el tiempo pasa y ninguna interrupción ocurre, se van animando a más. Ella
voltea y, boca abajo, comienza a m4sturbars3 entre mordidas de nuca y la
intrusión de su miembro erecto entre sus glúteos. Puede sentir las gotas de
transpiración que le caen en su espalda y el jadeo caliente de Esteban en su
oído. Pero esto aún más la calienta. No poder gritar el placer le da un morbo
especial a la secuencia. Las ganas acumuladas de ambos, el saber que son las 3
y media de la mañana y que a las 7.30 hay que estar arriba para ir a trabajar
con cara de bien cojid0s y el pelo despeinado, los vuelve locos aunque al otro
día lo sufran bastante, ya que además de trabajar, de ser mapadres no se puede
zafar por mas sueño que haya.
Curiosamente, cuando ella se toca, su vulva explota en contracciones y él tiene que sostener su 3yaculaci0n sino quiere cortar tan buen momento. Ambos vibran, sudan, y se distraen ante cada giro de la niña sobre la cama.
Zás! Se despierta la pequeña demonia (en esos momentos no es más una bella durmiente) y ella pega un salto para evitar que los vea y tapándose como puede se le tira encima haciéndola dormir en menos de lo que canta un gallo.
Él? la espera refunfuñando entre el agua del sudor y el pecho agitado. la espía, la ve desnuda y se ríe con su miembro duro a punto de explotar pero sabe que nada los detendrá y que ambos volverán a amarse sin importar ya más nada.
Una vez dormida, apenas unos minutos después del sobresalto, todo vuelve a comenzar. Ahora ella se sube y galopa cual potra salvaje y enfurecida a su hombre, su compañero, que como siempre la espera a corazón abierto para seguir amándose hasta que el espiral anti mosquitos esté apagado.
Explotan, erupcionan, ella se desploma sobre él y de tanto taparle la boca a ella, él se olvida de la propia y regala un gemido estruendoso que ella sabe disfrutar.
Han de quedarse abrazados unos instantes, para luego ir a la cama y dormir, apenas, unas hermosas dos horitas.
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