lunes, 8 de marzo de 2010

EL ORGASMO POSTERGADO

EL ORGASMO POSTERGADO

17 años y otra vez en Mar del plata. El hotel cualunque de siempre me espero otro año más, para albergar mis ganas de vacaciones y aventuras. Solo, sin padres ni amigos, que comenten mis hazañas o se rían de mis locuras.
En medio do todo eso, la playa, el sol, la libertad adolescente.
El “petit hotel” era en realidad un viejo PH con un patio interno y una terraza. Rodeado de habitaciones, una cocina inmunda y el baño… al menos tenía agua caliente. Yo sólo buscaba algo económico que me permitiera gastar menos en hospedaje y más en el día a día. Total, de vacaciones, mi hábitat era la playa, los bares, la rambla algún pub con música para bailar. Ni los boliches me importaban, jamás fui fan de la gran disco con gente apretada. Para eso, voy a la cancha.
En esa mansión del inframundo, pegadita a la estación terminal, viví una historia que vale la pena recordar.
Resulta que tenía dos vecinas, dos muchachas con sus respectivos hijos, menores de 5 años.
En el patio, reinaba una mesa de plástico con un borde hecho añicos, 4 sillas, también de plástico y en no muy buen estado y 1 sombrilla que mejor no describir.
Pero ese tono de patio de casa, más que de hotel, le dio un toque especial. Allí, coincidíamos los y las huéspedes, Gala, una Dogo blanca de como dos metros con la capacidad de comerse a alguien de un bocado, ¡¡¡pero más buenaaaa!!! Y otras gentes que no hacen a la historia.
Una mañana, y varias más, cuando el sol pega fuerte en la costa pero el viento te retiene con bucito y mate, los destinos nos cruzaron. 
Mate va, mate viene, charlas y miradas suyas que me revolucionaban las hormonas, comenzaron la alquimia.
Ella, rubia, ojos claros y un cuerpo deliciosamente atractivo, al menos ante mis ojos, desparramaba sensualidad y erotismo constante. ¿Viste esa gente que lo lleva innato? 
Me derretía.
Mi inocencia, o inseguridad, me dificultaba creer posible algo con ella. 
Mujer casada, su hijo tirándole la cola a la perra por ahí. ¿Cómo una mujer así, con 23 años, podría querer estar con un chico de 17, seguramente inexperiente, algo torpe y atolondrado en la cama? Bah, un principiante. 


Los días pasaron, y otro vecino, apenas mayor que yo, de un pelo largo estilo Daniel Agostini, (bien de esa época) un poco más robusto y piel bronceada, se sumó al grupito vacacional. La otra mujer, también casada y con sus dos hijos presente, también lo miraba con ... intriga.
Pocas veces sentí que una mujer se tome tanto trabajo en seducirme. Me volvía loco, pero su situación me detenía. 
Una noche y luego de tardes de sol y playa los 6 juntos como dos familias amigas, me miró fijo y, sentados en la cama de mi habitación, me dijo:
- “Sabes que me muero de ganas de besarte?”-
¡¡¡Zas!!!
Ya no había vuelta atrás. Era accionar o hacerme hipócritamente el moralista. Y eso, a mi no me sale. El corazón se me salía del pecho adolescente. Empecé a mirar por todos lados, escuchaba pasitos infantiles que por los nervios se reproducían y aparecían e iban y venían.
Cerré la puerta, nos aislamos x 30 segundos y nos fundimos en un beso contenido, memorable.
Yo no recuerdo en que momento se desmayaron los 3 niños pero sí recuerdo que, como planificado, las dos casadas se pegaron un banquete conmigo y Dani Agostini.  
Al final, mi inexperiencia no era tal, mi torpeza mucho menos y atolondrado nunca fui. 
En este lado del hotel, pasaron horas de una seducción mutua difícil de describir. Besos, caricias, mimos. Nada de sexo de una noche y punto. Esa conexión, de no estar casada, hubiera durado mucho más. 
Recuerdo, aún, el sabor de su sexo. Recuerdo levantar la mirada y ver su espalda arqueada mientras mi lengua bailaba excitada entre sus piernas. 
El tiempo pasaba las escenas viraba desde una mano suave acariciando su espalda a la luz de algún reflejo que entraba por la ventana, a otro momento donde ella encima de mí alborotaba mis sentidos.
Me emborrache de su placer. Nos emborrachamos juntos cambiando ritmos y formas, pero nunca deteniéndonos. Hubo momentos de risas ambos desnudos y transpirados, charlas, juegos, forcejeos. Pero esa noche fue nuestra y nada nos detuvo.
Cuando el sol tenue de la mañana comenzó a entrar por la ventana y mis energías comenzaban a mermar, me dijo algo que, en otras circunstancias, me habría encantado:
-" veni, que quiero verte acabar"-
¿Porqué entonces no me encantó como debería hacerlo? 
Porque a pesar de tanto amor y placer mutuo, yo no había percibido algún orgasmo de su parte. Fue como una larga noche de mucho sexo donde el orgasmo no estaba en el aire. Era otra cosa. Yo evite el mío todo el tiempo para esperar el suyo y así el tiempo transcurrió sin más. Pero nunca fui de preguntar, sino más bien de sentir, de observar. Y a buen observador..
Cuando vio mi cara de sorpresa, en vez de entregarme sin preguntar a lo que me estaba ofreciendo, fue entonces que me dijo que me quede tranquilo. Que ella nunca había podido tener un orgasmo en su vida, que había disfrutado sexualmente todo lo ocurrido, pero que no estaba preocupada por lograr eso, sino que estaba disfrutando mucho todo, mas allá del orgasmo. 
- “¿Pero ¿cómo?”- Me pregunté yo. - “Me contaste que estas con tu marido hace 9 años y nunca en 9 años tuviste un orgasmo?”- pregunté entre asombrado y pasmado. 
- “Lo que pasa es que nos ganó la rutina. Cuando empezamos a salir éramos muy chicos, no sabíamos mucho, luego quede embarazada, nos casamos y hoy cuando hacemos el amor, eyacula y se duerme. Nunca tenemos sexo por más de 15 o 20 minutos.”-
Hoy lo entiendo mucho más, pero en ese entonces no lo podía creer. Incluso no podía creer que no iba a poder darle eso que tanto ella y yo queríamos. O quizás, también, tocó mi ego y yo que me pensaba un buen amante… Aunque luego también entendí sobre eso.
Estuvimos horas en esa cama. Horas de placer sin eyacular, ni orgasmos, pero de placer intensísimo. 
En ese momento, y tras el cimbronazo, se dio vuelta, se recostó boca abajo y me repitió, pero con un ligero cambio…:
 

- “Dale, ahora no solo quiero verte, ¡muero por sentirte acabar!”.
¿Se dan cuenta? Esta mujer, divina, hermosa por dentro y por fuera, me estaba ofreciendo algo nuevo para mí. Irrechazable ante cualquier otra circunstancia. 
Esa cola de piel aterciopelada y resplandeciente, ¿¡a mí!?
17 años y vivir esa experiencia, de la manera en que la iba a vivir? 
Los detalles me los guardo, pero logro convencerme y erradicar de mía la culpa para vivir ambos ese momento a puro gemido. Tanto que los mismos invadieron el hotel de un modo, medio impúdico (así nos contaron su amiga, y algún otro vecino). El goce fue tan intenso en nosotros que entendí que ella no estaba en busca de un orgasmo, sino sanar desde otro lugar. Fui amoroso, fui gentil, fui como me gusta ser y considero que es más bello y erótico.
Disfruté de ese manjar que pocas veces más he disfrutado. Disfruté y disfrutó de ese instante suave y dominantemente, como de toda la noche, ¡como pocas veces lo hice en mi vida!
No sé cuánto duró ese último tramo de la noche, pero sé que vibré, temblé, exploté en ella montones a chorros de todo mi éxtasis. Aunque el éxtasis, fue la noche en sí.
La hora siguiente fue de un abrazo eterno, besos, caricias y hasta silencio. Mirándonos, y nada más.
Recuerdo, más adelante, hablar del orgasmo. De trabajarlo con paciencia para que en algún momento suelte, algo que ahí había trabado. Que ya iba a venir, sea con quién sea.
Le propuse cosas, juegos, ropas, variantes, que no sean solo de posiciones.
Lo que más le dije es que se haga respetar. Que se valore. Que lo hable con su marido.
Quizás el haber buscado en otro hombre lo que ella necesitaba (amor, respeto, empatía) no era lo correcto, o sí, pero si era necesario estaba bien.
Recuerdo que nos vimos muchas veces más, intentando miles de cosas, probando.  Para ver que se sentía, para reconocerlo cuando llegue y no reprimirlo o taparlo. 
Cada día que nos veíamos la veía mejor, más suelta, incluso más segura. Se me volvió una obsesión la idea de poder, hasta ayudarla, pero de poder ser yo quien logre darle ese momento mágico que todos queremos y necesitamos vivir cada tanto. Bueno, casi todos los días.
Un día, cuando ya hacía unos meses que nos dejamos de ver, sonó mi teléfono.
Recuerdo, recuerdo su voz en el tubo con un tono de felicidad y algarabía que me estremecieron. Emoción, es la palabra. 
Me llamó para contarme que había tenido su primer orgasmo, y que seguido al primero, llegaron muchísimos más. Que su marido mucho no había cambiado, que la que había cambiado era ella, lo sedujo, se vistió parecido a lo que yo le había estado diciendo, que había estado aflojándose ella había comenzado a masturbarse. A conocerse aún más. Ja, algo que también le recomendé y confesé que para mí era fundamental hacerlo. Y que lo hacía seguido. Y que, una noche, cuando menos se lo imaginó, exploto como nunca antes. Que esa noche cuando su marido la vio así, también estuvo excitadísimo y por primera vez en años no fue una noche de 15 minutos.
- “Fue la mejor noche de sexo con él desde que lo conocí.”- ¡¡¡Nueve años atrás!!!
La escuché llorar, la escuché real, autentica y transparente como siempre, pero feliz.
Fue raro que me llame para contarme que había logrado un orgasmo con otra persona, pero claro, era la persona que ella necesitaba en realidad. ¡Me llamó para agradecerme el haber aparecido en su vida! ¡Me dijo que me quería mucho y…




- “Gracias negrito, gracias por ser como sos. Nunca cambies.”-
Me llené de alegría, porque yo también la quería. Y no merecía lo que le pasaba.  Merecía las mieles del orgasmo como toda mujer. Como todo ser humano merece.
Me llené de orgullo, y comprendí también que no es todo el orgasmo, que no es todo el sexo por el sexo en sí mismo, que hay tanto a su alrededor, que hay tanto que nos domina el cerebro.
Se hoy que no todas las mujeres de mi vida han podido tener un orgasmo, Pero tampoco me preocupa, me preocupa saber que nunca fui egoísta, que siempre traté de ponerme en el lugar del otro, al menos en cuanto a la sexualidad. 
Hoy, aún, recuerdo más ese llamado que todo lo vivido esa noche mágica y las noches que le siguieron. Y agradezco que me haya hecho parte de su vida. Y ese llamado, me hizo sentir mucho más especial que cualquier orgasmo que alguna vez le haya robado a alguien. Por llamarme y darme un crédito que no se si tengo. Pero que me enorgullece me haya otorgado.
Por eso, vivirá por siempre en la memoria de ese o este corazón adolescente. 

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